La confianza de la plataforma en la historia creada por Wheeler y Miller, ha impedido que Maldita cuente con una base sólida de fans antes de su aterrizaje en la televisión hace más susceptible de ser comparada con Tronos al no tener un background tan poderoso como el de The Witcher.
Por Pedro Zárate
Madrid, 25 de julio (ElDiario.es).- Maldita, la nueva serie de Katherine Langford en Netflix, debe su nombre a la condición de su personaje principal, aunque bien podría debérselo a la suya propia. Al estrenarse un año después del final de Juego de Tronos y adentrarse como ésta en el género medieval, la ficción encabezada por la protagonista de 13 reasons why ya ha visto su nombre asociado al fenómeno de HBO igual que cada nueva serie de islas y aviones ha visto asociado su nombre al de Perdidos en los últimos 10 años.
Lo cierto es que resulta inevitable no hacerlo por cuestiones temporales y temáticas. La maldición de ser etiquetada como “la nueva Juego de Tronos” y ser comparada con ella sobrevuela, pues, sobre Maldita igual que sobrevoló meses atrás sobre The Witcher, aunque la serie de Henry Cavill lo tuvo fácil para desmarcarse de dicha etiqueta al adaptar una saga literaria y de videojuegos más conocida de lo que fue Canción de Hielo y Fuego antes de su llegada al audiovisual. Y si bien Maldita también es una adaptación literaria, no cuenta con el mismo paraguas que esta al ser el suyo un caso mucho más atípico, pues Netflix ordenó su desarrollo cuando a sus autores, Tom Wheeler y el celebérrimo Frank Miller –aquí en las labores de ilustrador-, aún les quedaba más de un año para publicar la obra original.
Esta decisión, que deja a las claras la confianza de la plataforma en la historia creada por Wheeler y Miller, ha impedido que Maldita cuente con una base sólida de fans antes de su aterrizaje en la televisión, lo que la hace más susceptible de ser comparada con Tronos al no tener un background tan poderoso como el de The Witcher. Algo que resultaría injusto pues las tres series, más allá de compartir género y tener una ambientación parecida dada su naturaleza medieval, se preocupan por jugar sus propias bazas y funcionar como lo que son: tres ficciones completamente diferentes.
EL MITO ARTÚRICO, PROTAGONIZADO POR UNA MUJER
En el caso de Maldita, estamos ante una reinterpretación de la leyenda del Rey Arturo cuya principal novedad es que está protagonizada por una mujer. En concreto por Nimue (Katherine Langford), conocida en el mito artúrico como la Dama del Lago y que aquí se nos presenta como una joven perteneciente a los Fey, pueblo que siente rechazo hacia ella por tener un poder especial propio de una bruja. Harta del desprecio de sus iguales, la joven decide comenzar una nueva vida lejos de su lugar de origen, aunque sus planes cambian rápidamente cuando los Paladines Rojos, una organización religiosa que pretende acabar con todo aquel que no haya sido creado a imagen y semejanza de Dios, invade su pueblo y acaba con la vida de su madre, que en su lecho de muerte le entrega una espada para que se la haga llegar a Merlín El Encantador (Gustaf Skarsgard).
Decidida a cumplir la última voluntad de su madre, Nimue emprende un viaje a lo desconocido donde se encuentra con diferentes personas que la acompañarán a lo largo de su aventura. Entre ellos Arturo, un mercenario que busca convertirse en caballero, y su hermana Morgana (Shalom Brune-Franklin), que al igual que él, será testigo de la transformación que experimenta Nimue a medida que va cambiando su relación con la espada que transporta. Una espada que, a su vez, es el mayor objeto de deseo de cualquier aspirante a rey por el inigualable poder que proporciona. Ese que Nimue debe aprender a controlar, para bien y para mal, para sobreponerse a los problemas que se encuentra en su camino hacia Merlín.
ACIERTA EN SU PLANTEAMIENTO, PERO FALLA ES SU EJECUCIÓN
A partir de este punto de partida, Wheeler y Miller –que compaginaron el desarrollo de la novela con la producción ejecutiva de la serie- dibujan un relato mejor planteado que ejecutado. A lo largo de sus diez episodios, Maldita da la sensación de quedarse a medias en casi todo lo que propone, desaprovechando el potencial que esconde el universo que aquí se nos presenta.
Esto se aprecia especialmente en el tratamiento de los propios personajes, empezando por su propia protagonista. Una Nimue con la que es difícil empatizar a pesar de dejar claras sus motivaciones en todo el relato. Su carácter, frío por momentos, no ayuda en este sentido, aunque lo que más juega en su contra es que ciertas cosas le pasan porque, bueno, parece que le tienen que pasar. El resto de personajes tampoco escapan a las situaciones forzadas que se suceden durante los diez episodios de la serie, aunque su caso es más grave al estar mayoritariamente al servicio de Nimue y no generar mayor interés que el efecto que puedan ocasionar sobre el personaje principal. Le ocurre a Arturo, cuya química con la protagonista brilla por su ausencia, y a otros rostros secundarios como el rey Uther Pendragon (Sebastian Armesto), cuyas acciones no tienen el impacto que deberían porque el guion no se ha preocupado por hacer que él nos importe.
Aunque la despreocupación es la tónica general, en Maldita también hay personajes más agraciados a nivel de guion. El propio Merlín, aun con altibajos, acaba funcionando, sobre todo cuando comparte plano con Nimue. El Padre Carden (Peter Mullan), pese a ser un villano carente de evolución, se presenta como el más coherente del plantel. Y Morgana protagoniza un giro de lo más interesante, pero su resolución define a grandes rasgos lo que es Maldita: un producto que tiene claras sus ideas, pero no cómo llevarlas a cabo. Es como si no estuviera segura de sí misma o como si quisiera pasar rápidamente por algunos de los puntos que toca. Y aunque su ritmo ligero es lo que más ayuda a la hora de llegar al décimo episodio, esta alergia por profundizar en según qué cuestiones también es lo que más contribuye a desperdiciar sus pasajes más interesantes y a no explicar aquellos que más lo requerían, desluciendo así sus virtudes.
Estos problemas se agravan con la propia dirección de la serie, que despoja a Maldita de la épica que exige cualquier producción medieval tanto en las batallas como en los discursos de su protagonista. Y una serie medieval sin épica, por muchos caballeros, espadas y corceles que tenga, no es una serie medieval completa. Pero si tampoco terminas de acertar en lo demás, al final lo que te queda es una ficción como Maldita. Fácil de ver, pero también de olvidar.